Siempre tuve que alzar mi vista para mirarte. Nunca importó. Mi cuello nunca se molestaba, mis ojos esperaban ese momento y mi voz siempre encontraba la forma de llegar a tus oídos. Siempre. Y, por tener la suerte necesaria, mi audición percibía una respuesta. Tus respuestas, siempre indescifrables, variadas y únicas. Me hacían llorar, reir o pensar. Crecer.
Buscar tu aprobación era rutina. Mi palabra no valía si la tuya no la acompañaba.
Mi admiración por vos nunca tuvo fronteras. Cuando estamos juntos vuelvo a ser esa nena, la que tanto te molestaba, tanto te hablaba o te escuchaba. La que jugaba a ser grande porque vos se lo permitías. La que hacía puchero cuando le hacías ver que no lo era. La que siempre quiso ser tu mejor amiga, compitiendo con tus amigos de verdad, esos de tu edad, que te entendían.
Hoy vamos tomando caminos diferentes aunque las mismas cosas nos siguen marcando. Tenemos nuestros tiempos, nuestras situaciones, nuestras personas. Pero cada tanto, por necesidad de refugio, amor o calor, volvemos al mismo lugar desde donde comenzamos. Para jugar una vez más, para encontrarnos con quiénes éramos y compartirlo con el otro. Para reírnos y redescubrir esa escencia inexplicable que nos une, más allá de lo entendible o lo genético.
No comprendo la forma en que la vida nos mueve y nos lleva a diferentes lugares, no sé qué será de nosotros, hoy a veces me cuesta entenderte mucho más que antes. Hoy entiendo mucho más que antes. Pero más allá de los errores que cometamos, los errores que tratamos de encubrir para proteger al otro, o postergar para suavizar el dolor, siempre voy a encontrar una sabiduría desconocida que parece ser adquirida como un tesoro con un solo destino...mi crecimiento, mi persona.
Los rituales que se hacen presentes cada primera ráfaga de tibio viento seguirán su rumbo con o sin nosotros. Seguirán. Y todas las demás cosas que se anidan en nuestros recuerdos nos harán volver a ese lugar, a ser esos nenes.
Hermanos.
Siempre tuve que alzar mi vista para mirarte, todavía lo hago.
Buscar tu aprobación era rutina. Mi palabra no valía si la tuya no la acompañaba.
Mi admiración por vos nunca tuvo fronteras. Cuando estamos juntos vuelvo a ser esa nena, la que tanto te molestaba, tanto te hablaba o te escuchaba. La que jugaba a ser grande porque vos se lo permitías. La que hacía puchero cuando le hacías ver que no lo era. La que siempre quiso ser tu mejor amiga, compitiendo con tus amigos de verdad, esos de tu edad, que te entendían.
Hoy vamos tomando caminos diferentes aunque las mismas cosas nos siguen marcando. Tenemos nuestros tiempos, nuestras situaciones, nuestras personas. Pero cada tanto, por necesidad de refugio, amor o calor, volvemos al mismo lugar desde donde comenzamos. Para jugar una vez más, para encontrarnos con quiénes éramos y compartirlo con el otro. Para reírnos y redescubrir esa escencia inexplicable que nos une, más allá de lo entendible o lo genético.
No comprendo la forma en que la vida nos mueve y nos lleva a diferentes lugares, no sé qué será de nosotros, hoy a veces me cuesta entenderte mucho más que antes. Hoy entiendo mucho más que antes. Pero más allá de los errores que cometamos, los errores que tratamos de encubrir para proteger al otro, o postergar para suavizar el dolor, siempre voy a encontrar una sabiduría desconocida que parece ser adquirida como un tesoro con un solo destino...mi crecimiento, mi persona.
Los rituales que se hacen presentes cada primera ráfaga de tibio viento seguirán su rumbo con o sin nosotros. Seguirán. Y todas las demás cosas que se anidan en nuestros recuerdos nos harán volver a ese lugar, a ser esos nenes.
Hermanos.
Siempre tuve que alzar mi vista para mirarte, todavía lo hago.
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ResponderEliminarpiel.
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