Bien, elijo pararme sobre un terreno peligroso.
Había decidido evitarlo para evitar mi propia frustración.
Para no caer de nuevo en la impotencia de no saber.
Pero olvidé algo muy importante: nunca supe absolutamente nada y aún así, antes me dejaba volar.
Entonces, ¿por qué me cuesta tanto liberarme y peremitirme explorar cada rincón de esta intrincada mente?
Porque me torné completamente conciente, (¿por qué me torné completamente conciente?).
Todo era mucho más relajado, más simple.
No había tapujos ni restricciones.
Era simplemente una hoja de papel y yo.
Éramos dos beligerantes en una batalla contra la realidad, contra el tiempo, contra la humanidad, contra la normalidad.
Encontrábamos amor, odio, un hogar en cada uno.
Empero, eso no nos impedía seguir escrutando la geografía de nuestros cuerpos.
Como si doliese demasiado no hacerlo.
No existían límites.
Mis manos temablaban al ritmo de ese éxtasis que se concentraba en sólo un trazo.
Era el Paraíso en un minuto mundano.
Era perfecto.
Entonces bien, elijo pararme sobre un terreno peligroso.
Mis terminaciones nerviosas, cada una de ellas, siente el tacto.
Comienza la función, abro mis ojos, respiro profundo.
Dejo mi reparo en la puerta.
Se abre el telón.
Todavía nadie vio mi rostro.
¿Y qué es más importante, mi cara, mi voz o mi palabras?
Dicen que un hombre es lo que hace, no lo que dice.
¿Puede ser lo que escribe?
Había decidido evitarlo para evitar mi propia frustración.
Para no caer de nuevo en la impotencia de no saber.
Pero olvidé algo muy importante: nunca supe absolutamente nada y aún así, antes me dejaba volar.
Entonces, ¿por qué me cuesta tanto liberarme y peremitirme explorar cada rincón de esta intrincada mente?
Porque me torné completamente conciente, (¿por qué me torné completamente conciente?).
Todo era mucho más relajado, más simple.
No había tapujos ni restricciones.
Era simplemente una hoja de papel y yo.
Éramos dos beligerantes en una batalla contra la realidad, contra el tiempo, contra la humanidad, contra la normalidad.
Encontrábamos amor, odio, un hogar en cada uno.
Empero, eso no nos impedía seguir escrutando la geografía de nuestros cuerpos.
Como si doliese demasiado no hacerlo.
No existían límites.
Mis manos temablaban al ritmo de ese éxtasis que se concentraba en sólo un trazo.
Era el Paraíso en un minuto mundano.
Era perfecto.
Entonces bien, elijo pararme sobre un terreno peligroso.
Mis terminaciones nerviosas, cada una de ellas, siente el tacto.
Comienza la función, abro mis ojos, respiro profundo.
Dejo mi reparo en la puerta.
Se abre el telón.
Todavía nadie vio mi rostro.
¿Y qué es más importante, mi cara, mi voz o mi palabras?
Dicen que un hombre es lo que hace, no lo que dice.
¿Puede ser lo que escribe?
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