domingo, 12 de junio de 2011

Una vez más.

Si quisiera explicar el sueño no podría.

Si quisiera explicar el miedo no podría.

Si quisiera explicar las palabras no podría.

Si quisiera explicar el sentimiento no podría.

No podría explicarte el por qué como tú no puedes explicarme el por qué no.

No podría explicarte el amor como tú no puedes explicarme el odio.

No podría explicarte el placer como tú no puedes explicarme el dolor.

Entre tantas imposibilidades y poca comunicación tú sigues siendo la segunda voz en mi cabeza.

Tú sigues sucumbiendo por las noches y reviviendo de día, siendo el ave fénix de una historia que temo decir en voz alta.

Yo sigo siendo quien te invita a entrar, encerrándome contigo dentro mío y escapándome contigo hacia el mismo lugar, nigún lugar.

Las oraciones, una vez tan dulces, volviéndose amargas con su repetición. Y la música, una vez tan sabia, volviéndose inútil sin tener canción.

Lo sé, no debes decirlo. Lo sé y me duele saberlo.

Porque saberlo es hacerlo de este mundo, compañero fiel de mis días, verdugo de mis ideas y anunciante de mis secretos que ya no puedo esconder.

Secretos que gotean entre mis dedos ensuciando mis manos.

Simplemente los dejo caer y estrellarse contra el suelo para luego yo caer después y cubrirme de ellos.

Así cuento una vez más la rutina del alma que no sabe dónde ir.

La rutina del vencedor que venció su propia entereza y no sabe regresar, ya perdido en sus pérdidas.

Así cuento algo que ya conoces, de memoria quizás, algo que a lo mejor ya no quieres escuchar.

Pero debo relatarlo, una primera última vez más.

Simplemente debo, debo una vez más.

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